sábado, 3 de noviembre de 2007

El rey de los alisos, de Michel Tournier

por Carlos

Una vez intenté leer en francés "Viernes o los limbos del Pacífico", de este escritor. Aquello se convirtió en una agonía hecha de folios y diccionario, a la manera de los tiempos gloriosos de las traducciones escolares (Cum Vercingetorix nihil magis in aequum locum descenderet…) La cosa me presentó tantas espinas que pronto tiré el libro contra la pared. Era París, y yo tenía una enorme y destartalada habitación en la residencia universitaria, con cinco ventanas en cuyos cristales golpeaban las ramas de los castaños las tardes de tormenta. Tiempos.

Ahora he leído otra novela de este tipo traducida por un profesional. "El rey de los Alisos", que le mereció el Premio Goncourt de 1970. Tournier es un hombre muy relacionado con la radio y la televisión, y mimado, me parece a mí, por la crítica.

La cosa tiene 444 páginas que no sé ni cómo he leído una por una. Será porque habla del hundimiento del Tercer Reich desde dentro, y eso siempre lo hemos visto desde otra perspectiva. Sí, yo creo que no habría aguantado tanto ladrillo si no hubiera sido por el marco histórico en que se desarrolla la novela. El título corresponde a un inquietante poema de Goethe (está a disposición de los señores usuarios en muchas páginas de Internet) que ya inspiró un hermoso lied de Schubert. Pero no le hagan mucho caso, porque viene aquí traído por los pelos. Yo creo que el título le llegó a Tournier como una zarza ardiente, como una aparición sobrenatural, y le pareció tan hermoso que decidió escribir una novela con esa excusa, aunque la novela no tuviera que ver demasiado con el título. El poema de Goethe nos habla de un padre que lleva en el caballo, junto a él, a su hijo pequeño, de quien se ha encaprichado un ogro llamado El rey de los alisos. El niño le dice al padre que el ogro invisible le está acosando, y por más que el padre pica espuelas y protege en su regazo al crío, no puede impedir que éste llegue muerto a la casa.

En la novela de Tournier hay un ogro (el protagonista), pero es un ogro de plastilina. Es un tipo que estudió interno en el colegio San Cristóbal (memoricen la imagen de San Cristóbal y el niño en brazos), y eso, junto con la influencia de un gordinflón con cuerpo de niño y cerebro de Micronet, le convierte en un ser obsesionado de por vida con la "foria", concepto que para el protagonista corresponde al placer o la tarea de levantar a alguien en brazos. Así, con esos ingredientes, nuestro ogro es encarcelado por la violación de una niña que él no comete; liberado para que se vaya al ejército a luchar contra los alemanes; hecho prisionero por ellos; convertido por los germanos en un guardabosques al servicio de Hermann Göring y luego en el encargado de una "napola", una escuela de las Juventudes Hitlerianas", de ahí el sobrenombre de "El ogro de Kaltenborn". Como ven, el currículo de nuestro protagonista es como mínimo un poquito inverosímil. Un prisionero de guerra francés, gordo y gafotas, enviado por los gerifaltes nazis, ebrios de racismo, a secuestrar arios niños alemanotes, rubios y puros, para traerlos a la napola, un prisionero francés ocupándose de la educación y manutención de los jóvenes hitlerianos. Hum.

Ya digo, esas interminables digresiones acerca de la foria resultarían infumables si no estuvieran incrustadas en la vida cotidiana de la Prusia Oriental durante la progresiva derrota del ejército alemán. Tournier, que vivió de pequeño en la Alemania nazi, y sabe de parafernalia hitleriana, se ha documentado profusamente, lo mismo de munición y armamento utilizado por los alemanes, como de textos de canciones patrióticas o ritos nazis. Tanto se ha documentado que en ocasiones resulta agobiante la información que nos sirve.

La historia central, la vida del protagonista, me parece una de esas explotaciones que de una personalidad oscura hacen algunos escritores, presentándonos una psicología tan insólita que no tenemos manera de determinar si es ridícula o posible, porque nunca hemos visto a nadie tan raro. La historia, por otra parte, va pasando de una cosa a otra, como un viaje que va perdiendo toda relación con su origen, como si el escritor hubiera partido en descubierta y se quedase un ratito en cada escenario, sin saber realmente adónde ir a terminarlo. Esto que yo cuento como lector, en la solapa del libro se lee sin embargo así: «El celebrado autor de Medianoche de amor nos muestra aquí lo más oculto, tierno y enfermizo del ser humano, siempre en busca de significados, ritos y señales que lo guíen y rediman de su condición de ser para la muerte». Bueno, pues eso, ya saben ustedes cómo se escriben las solapas de los libros y las tonterías que casi siempre se dicen en ellas.

Body Art, de Don Delillo

por Daniel

Rey Robles es un veterano director de cine, casado con una mujer llamada Lauren, mucho más joven que él. La novela comienza con una escena en la que ambos están en una casa grande junto al mar, desayunando. Durante la charla, Rey se muestra irónico y responde con pocas palabras, mientras lee el diario. Lauren comenta que han desaparecido los ruidos que de vez en cuando se sentían en la casa, ruidos como si hubiera algo. Rey le resta importancia al asunto: “Te viene bien tener compañía”, responde. Luego siguen charlando de cosas al parecer intrascendentes, pero DeLillo (Nueva York, 1936) ya ha dejado latiendo una inquietud.

Don DeLillo es un autor que, al menos en esta nouvelle de ciento cuarenta páginas, se detiene en acciones precisas que nos permiten ver la forma de desenvolverse de los personajes, conocer sus gestos, sus maneras de abrir un paquete o de poner el pan en la tostadora, por ejemplo. Y lo hace sin abrumar, sin aburrir, sin demorarse más de lo necesario, deslizándose entre las ideas y las cosas. “Subió las escaleras, y al llegar al rellano sus dedos acariciaron el remate de la pilastra. Era algo que siempre hacía porque no podía evitarlo, quería percibir el grano del roble, las grietas y las hendiduras labradas en la madera”. Otras líneas: “Ella se quitó un pelo que llevaba pegado a los labios y se detuvo junto al mostrador, contemplándolo, un pequeño cabello de tono pálido que ni era suyo ni era de él”.

El final del primer capítulo nos sorprende con un pequeño apéndice escrito en un estilo periodístico, donde se refiere el suicidio de Rey Robles. Su cuerpo es encontrado en un piso de Manhattan.

Lauren decide regresar a la casa alquilada junto al mar, permanecer sola entre el vacío y los recuerdos. Surgen los ruidos nuevamente, y poco después aparece un extraño personaje. “Al principio pensó que se trataba de un niño, con sus cabellos pardos, recién despertado de un sueño”. El intruso —¿real?, ¿imaginario?— tiene un modo raro de hablar, con frases incoherentes. Ellos casi no pueden mantener una conversación. Lauren advierte que el pequeño intruso repite frases que Rey había dicho en el pasado, en esa misma casa.

La novela se enrarece, el narrador va introduciendo frases y metáforas acerca del tiempo. Los momentos previos al suicidio de Rey vuelven sobre un presente de voces y de gestos que son, de algún modo, espejismos. Lauren quiere reconstruir el pasado, recomponer el rompecabezas, pero sólo tiene fragmentos difíciles de unir.

El final no echa luz sobre el conjunto, no hay revelaciones asombrosas. Tiene lo que se llama un final flotante. Queda la posibilidad de interpretar de distintas formas los puntos oscuros de la novela. En algún momento la trama tiende a naufragar, aunque luego el autor parece retomar el rumbo.





Dani

El vuelo de la reina, de Tomás Eloy Martínez

por Carlos

El autor (La novela de Perón, Santa Evita, La mano del amo) había comenzado una novela en la que un tipo espiaba a una mujer con un telescopio. El autor, Tomás Eloy Martínez, es un periodista y novelista argentino, que conocía al que fuera director de la Gazeta Mercantil y, posteriormente, del prestigioso diario O Estado de Sao Paulo: el periodista brasileño Antonio Marcos Pimenta Neves.

El 20 de Agosto del año 2000, ocurrió un hecho luctuoso: Pimenta Neves, que tenía 63 años mató de dos tiros a su novia, Sandra Gomide, una joven periodista de su mismo diario de la que hacía años que estaba enamorado. Esto, que parece el argumento de una telenovela, es un hecho rigurosamente cierto, histórico. En ese momento, Tomás Eloy Martínez decide que la novela que tiene empezada muy bien podría narrar la vida de Pimenta, o convertirse en un híbrido a base de las dos historias.

Así que hay un tipo que vigila a una mujer con un telescopio (capítulo uno), ese tipo resulta ser el director de un diario argentino, un hombre hecho a sí mismo, un hombre poderoso empeñado en la lucha contra la corrupción política. Ese hombre, Camargo, conoce en la redacción de su diario a una periodista joven, recién llegada al periódico, Reina Remis (capítulo dos). En el capítulo tres TEM mete en cursiva la noticia real del asesinato de Sandra Gomide. Parece una cuestión de reconocimiento de las fuentes de su novela, aunque probablemente es un intento de mostrarnos lo pequeño que es el mundo: TEM sostiene que la mayor parte de la novela ya estaba en su cabeza antes de que Pimenta matase a Gomide, con lo que Pimenta parece haber sido el actor de una gran casualidad, el anticipador del argumento del argentino. El caso es que TEM involucra al brasileño en su novela, y le convierte en amigo personal de Camargo, con lo que la novela empieza a parecer un espejo de la realidad. Y uno se pregunta cómo puede ser que los mismos hechos los protagonicen sucesivamente Pimenta y Camargo. Esta dualidad es sólo el primer ejemplo de otras muchas. Camargo tiene dos mujeres, y dos mellizas, y dos casas. Reina está obsesionada con que la Virgen María tuvo dos hijos, Jesús y Simón, que llevaron una existencia paralela. Volvemos a la ficción y el hombre que vigila a la chica (la sospecha de que fuera Camargo se desdibuja; ahora no sabemos si TEM nos está contando la historia brasileña) entra en el departamento de ella, aprovechando que la mujer está fuera. Y acaba el capítulo tres.

En el capítulo cuatro sabemos que a Camargo lo abandonó su madre de pequeño, y que la ausencia de la madre lo ha marcado para siempre. Y que su diario está investigando un negocio de contrabando de armas, llevado a cabo por el hijo del presidente de la República. Ahí comienza la fulgurante carrera de Reina y una singular manera de entender Camargo el amor, o el apego, o la posesión.

No puedo seguir contándoles capítulos porque entonces para qué van a leer ustedes el libro. Hay un montaje al estilo cinematográfico (yo creía que esto ya no se llevaba), un pasar dos veces por los mismos acontecimientos. Hay una novela plagada de tiempos verbales acentuados en la última vocal (corré, saltá, mirá… ¡qué fatiga, qué hartazgo!), un profundizar en la personalidad de Camargo, en lo que se fragua en su cerebro. Hay una hija que se está muriendo de leucemia en Estados Unidos, una agonía que cruza toda la novela, como una columna vertebral. El narrador, de vez en cuando, habla a Camargo, se dirige a él como un buen amigo que le comprende, o como un alter ego; la narración entonces pasa a una segunda persona muy convincente. La acción se vuelve previsible porque uno sabe/intuye que la historia de Camargo va a resultar un calco de la de Pimenta. Sólo queda esperar.

La novela es buena, merece la pena leerla. TEM maneja bien el lenguaje, se mete en los personajes, y se gana a pulso el Premio Alfaguara de Novela 2002: 175.000 dólares norteamericanos. ¿No será ya el momento de traducir el premio a Euros?

Quién teme a Virginia Woolf, de Edward Albee

por Dani

En el baño de un bar, el dramaturgo estadounidense Edward Albee leyó una vez la siguiente frase escrita en el espejo: “¿Quién teme a Virginia Woolf?”. Se trata de un juego de palabras. La pregunta en la vieja canción infantil, dice: “¿Quién teme al lobo feroz?” La expresión wild wolf ha sido reemplazada por Virginia Woolf.

La escritora V. W. poco tiene que ver con esta obra de Albee, sólo aparece en el título y en esa rima que repiten los personajes un poco en broma pero desafiando a los demás. La obra es un verdadero juego de lobos. Los personajes se dedican a herirse, a humillarse. Se entreveran en duelos verbales cargados de cinismo y de crueldad que, por momentos, parecen no tener justificación.

“¿Quién teme a Virginia Woolf?”, la obra más famosa de Albee, se divide en tres actos. Sólo hay cuatro personajes, y todo transcurre en el comedor de una casa en el campus de una universidad de Nueva Inglaterra. Martha y George están casados desde hace tiempo; ella tiene cincuenta y dos años, él cuarenta y seis. Martha es la hija del rector de la universidad, en la que trabaja su marido como profesor de historia. Esta pareja invita a un profesor de biología, Nick, de treinta años, y a su mujer ingenua y algo tímida, de veintiséis. Nick acaba de ingresar a la universidad como docente. La reunión entre estas dos parejas se extiende durante horas, hasta la madrugada. La atmósfera, de una tensión creciente, mantiene en vilo al lector desde la primera línea hasta la última. La violencia verbal es tan intensa que cada tanto se hace necesario un respiro. El respiro, por si no queda claro, se lo tomará el lector de vez en cuando, no los personajes, que no dejarán trapito sucio por sacar.

Varias veces Martha humilla a su marido delante de los invitados. Hay un punto en el que su marido le suplica y le advierte que no siga. Ella no se detiene, hasta que el discurso cesa y quedan en silencio. Entonces será el turno de George, que se tomará venganza contra todos y cada uno. Como bromeando, los irá despellejando con su cinismo, quitará capa tras capa hasta llegar a la verdad.

¿Quién es el lobo? Puede que sea Martha, puede que sea George o tal vez Nick. O puede que se trate de otra cosa. El lobo es, quizás, la frustración que hay en esas parejas, sus enfermas relaciones.

La situación es extraña. Uno trata de entender, de saber qué está pasando, y entre tanta mentira irán quedando al descubierto hilachas de verdad. El juego tiene ribetes de una realidad intolerable. Y así, poco a poco, es posible separar una cosa de otra, entreviendo las auténticas miserias de cada personaje.

No es teatro del absurdo, aunque por momentos parece rozar el género. Hay un final catártico, un final esclarecedor que nos muestra un panorama de tristeza y de vacío. El alcohol es un ingrediente necesario en la obra: hace que los diálogos —audaces, inteligentes, agresivos— resulten verosímiles allí donde más desconciertan.

Estos juegos de Martha y George no sólo se dan cuando tienen invitados. Ellos se ejercitan constantemente: es su extraña manera de convivir... y de quererse. ¿Se aman? Seguro, al menos yo no tengo dudas. “Sólo sacamos a pasear lo que nos queda de cerebro”, le explica George a un incómodo profesor de biología. La llegada de los invitados, en todo caso, es una excusa para enfatizar la violencia de los juegos. No se trata de insultar porque sí, no es un melodrama en el que se humillan unos a otros sin sentido. A través del juego (distorsión de lo real) se esquiva la verdad, se sobrevive, se disimulan los fracasos, la vida se hace menos dolorosa. ¿Por qué no se retiran los invitados? ¿Por qué se prestan al juego cruel? Acaso porque están metidos en el baile y no les queda otra que seguir bailando. Lo cierto es que sí hay un momento en el que podrían retirarse... pero no lo hacen.

Una obra intensa, aguda, desconcertante. En fin, un clásico contemporáneo.

En la versión cinematográfica —yo no la vi— Elizabeth Taylor interpreta a Martha, y Richard Burton hace de George. La película obtuvo trece nominaciones al Oscar, y se llevó cinco.

El lápiz del carpintero, de Manuel Rivas

por Daniel

La novela comienza con una entrevista. Un reportero llamado Sousa entra en la casa del doctor Da Barca, que agoniza pero aún sigue entero y animado, para hacerle un reportaje. El doctor fue un revolucionario; estuvo condenado a muerte en su juventud, allá por el año 36, en España, y salvó su vida en varias oportunidades, de milagro. El doctor Da Barca no es el único personaje de peso en la novela, hay otros que también resultan trascendentes, como el guardia Herbal, el místico Pintor, la hermosa Marisa Mallo. Podríamos decir entonces que es una obra polifónica.
En esta entrevista inicial descubrimos a un hombre enfermo y sabio que conversa con el joven reportero. El diálogo no tiene desperdicios. Sin embargo, me pregunto por la conveniencia de dejar en claro, desde un primer momento, que el doctor ha sobrevivido a persecuciones, torturas y otras adversidades de un pasado ya bastante lejano. Quiero decir con esto que el efecto que causa el hecho de saber que el doctor vivirá hasta el fin de la novela, genera en el lector una atmósfera de sosiego: lo sabemos, de algún modo, invulnerable.

Un par de capítulos más adelante aparece Herbal, sentado a la mesa de un club nocturno cuya propietaria es una mujer robusta (no puede ser de otro modo) que se llama Manila. Herbal es el encargado de cuidar el lugar, de vigilar a los clientes. Herbal ha sido, años atrás, el guardia de la prisión donde estuvo encerrado Da Barca. Herbal ha sido, además, quien mató al Pintor, de un tiro en la cabeza, y se ha quedado con su lápiz. María de Visitacao es una de las chicas que trabajan en el club. A primera hora de la tarde, mientras las otras chicas duermen, ella baja al local y se sienta a la mesa de Herbal. Desde aquí, desde este punto, Herbal comienza a revelar retazos de su pasado. Retazos que mucho tienen que ver con las vidas del doctor, del Pintor y de Marisa Mallo. Desde aquí vamos saltando de un recuerdo a otro, mientras el guardia hace garabatos en una servilleta, con el mismo lápiz que ha venido usando durante años. Herbal es un personaje que, a pesar de las cosas que ha hecho, no mete miedo, no intimida (a los lectores). Herbal es, en el fondo, un cobarde, un tipo que da lástima. Y es así como nos cuenta que el sargento Landesa le ordenó vigilar al doctor Da Barca, seguirlo, y luego escribir un informe sobre sus actividades. Lo cierto es que Herbal lo venía siguiendo desde antes de que le fuera ordenado el trabajo. Y lo seguía porque “era su hombre”. En el fondo, lo admiraba y lo envidiaba a la vez.

Hay una historia muy linda insertada entre las páginas de la novela, un pequeño cuento que parece como metido a la fuerza. Me refiero a la historia de las dos hermanas, Vida y Muerte, y los acordeones varados en la arena. Pero Manuel Rivas, que evidentemente no es ningún novato, vuelve más adelante en la novela a referirse fugazmente a una de estas muchachas, la que se llama Muerte, en un sueño de Herbal. Es ahí cuando comprobamos que el cuentito no queda como un relleno, que aporta su grano de arena en el tapiz impecable de la trama.

A veces no es la voz de Herbal la que nos habla, sino la de un narrador en tercera persona que nos revela un poco más de lo que nos dice Herbal; este narrador es el que complementa los recuerdos de Herbal, para que el lector pueda tener una visión más amplia de las cosas y de los hechos.

El Pintor; mejor dicho, el fantasma del Pintor, suele visitar a su asesino Herbal a la hora melancólica del crepúsculo. Pequeño como un lápiz, se posa en la oreja del guardia con firme suavidad, y desde ahí le susurra al oído. La voz de la conciencia. Hablan como amigos, y el Pintor se refiere a su propia muerte como un hecho ajeno a ambos. Son encuentros muy ricos, muy poéticos. Veamos un fragmento:
“Cuando sentía el lápiz, cuando hablaban de esas cosas, de los colores de la nieve, de la guadaña del pincel en el silencio verde de los prados, del pintor submarino, de la linterna de un ferroviario abriéndose paso en la niebla de la noche o de la fosforescencia de las luciérnagas, el guardia Herbal notaba que le desaparecían los ahogos como por ensalmo, el burbujear de los pulmones como un fuelle empapado, los delirios de sudor frío que seguían a la pesadilla de un tiro en la sien. El guardia Herbal se sentía bien siendo lo que en ese instante era, un hombre olvidado en la garita.”

Pero así como el fantasma del Pintor lo visita a veces, también se le aparece, durante las ausencias del difunto, el Hombre de Hierro, que pugna por ocupar el lugar del otro en la cabeza del guardia. El Hombre de Hierro se le presenta a Herbal a primera hora, en el espejo y en el momento de afeitarse. Es el de los malos consejos, el opuesto del Pintor.

¿Existen estos dos personajes fuera de la cabeza de Herbal? Tiendo a creer que sí. ¿Estamos, entonces, ante una novela con ribetes fantásticos? Lo fantástico es aquello que se mete en la ficción como por una grieta, es lo que irrumpe en una historia haciéndola más compleja, más rica. Pero aquí lo fantástico se presenta de un modo absolutamente natural, como sucede en las historias de realismo mágico.
Hay pocas escenas de tensión en la novela. Y es que, a pesar del drama, se respira un aire de esperanza. No escasean los momentos de felicidad. Hay crímenes que no se ven en vivo y en directo: han sido elididos. No nos duele la muerte del Pintor, por ejemplo, porque desde el comienzo de la novela el Pintor ya es un muerto, es un fantasma. Sentimos, sí, mucha tristeza.

La novela es demasiado pulcra, demasiado pensada. No hay capítulos de los que se pueda prescindir. Esa es la sensación que tengo. El autor nunca se va por las ramas. Manuel Rivas escribe muy bien, al menos eso es lo que pude comprobar con este libro que contiene escenas, diálogos, metáforas y personajes memorables. Porque, ¿cómo olvidar al doctor Da Barca, por ejemplo, tan elocuente y carismático? El guardia Herbal también tiene lo suyo, es un personaje que al principio uno aborrece, hasta que se comprende que es un pobre diablo, un envidioso. No por nada se siente tan solo este hombre.

La novela no nos deja un sabor amargo, quizá porque se esquiva lo más crudo, quizá porque el humor amortigua los golpes. Hay el amor correspondido; hay el hombre que va al hospicio y es confundido con un loco; hay el dolor de un pie que no existe —un pie amputado—; hay el sueño que roza la pesadilla; hay los fantasmas del bien y del mal que acosan al guardia con ideas y consejos. Estos elementos, que podrían ser considerados tópicos, en manos de un escritor como es Rivas, que los inserta con elegancia, dejan de ser tópicos.

La novela funciona, atrapa, está escrita con un estilo fluido. También es cierto que la novela se erige sobre cualquiera de las denominadas best-seller. Sin embargo, me parece que ha sido concebida para un público muy vasto, muy diverso. Creo que el hilo de la historia se desliza sobre la superficie de un tapiz bien entramado, y sólo muy de vez en cuando la punta de este hilo se sumerge un poco. Es entonces cuando roza algunos puntos delicados, puntos de tensión. Los roza pero sin que se llegue a profundizar en ellos, sin que la esperanza flaquee demasiado. La luz jamás deja de titilar al final del túnel.

Daniel

Un mundo para Julius, de Bryce Echenique

por Carlos


Voy por la página 394 de Un mundo para Julius. Creo que ya no avanzo ni una más. Me harté. Ya lo había dejado a medias en una ocasión anterior. Decidí entonces retomarlo un par de años más tarde, cuando tuviera otro humor, es decir, ahora.


Me pregunto cuántas miles de veces a lo largo de la novela ha escrito Bryce la palabra mechón, la palabra linda, la palabra Susan, la palabra varonil. Las solapas dicen (ay las solapas: ¡siempre dicen!) que es una novela polifónica, que construye una subjetividad activa, que si la denuncia de la ideología de la clase burguesa, que si el retrato de la clase dominante. Y el propio Bryce dice que es «una especie de costumbrismo de lo inacostumbrado y que éste, en especial, sería además un realismo humorístico-nervioso-hipersensible-contrasto-cosmopolítico-cultural». Yo voy leyendo hojas y hojas y siempre pasa lo mismo, exactamente lo mismo: que la linda Susan anda de cóctel y que el varonil Juan Lucas no deja de ser la hostia. Y el niño: que si los pies separados, que si las orejotas. Y cincuenta. Y cien. Y ciento cincuenta. Y doscientas. Y doscientas cincuenta. Y trescientas. Y trescientas cincuenta. Y cuatrocientas páginas. Y sigue.

Fue la primera novela de Bryce. Ahí le tomó gusto al vacile, a marear la perdiz con las mismas ideas, expuestas de la misma manera, con las mismas palabras. ¿Se divierte? ¿Y no piensa que el lector tiene un tiempo limitado, una salud que cuidar? Las novelas posteriores, las de Martín Romaña y Felipe Carrillo, las de París etcétera, son igual de insistentes, de verbosas, pero tienen una ventaja de oro sobre ésta: son más cortas. Echo de menos el Bryce cuentista, el de Huerto cerrado y Guía triste de París.

miércoles, 10 de octubre de 2007

Lecturas veraniegas de Anna

por Anna

He leído bastante en los últimos meses (me he aficionado a visitar la biblioteca municipal, supongo que ya era hora), y paso a comentar los libros que he leído recientemente:

- La Pell Freda (La Piel Fría) de A. Sánchez Piñol

Creo que su principal virtud es que desde buen principio te atrapa (o al menos ese fue el caso conmigo), y te lleva de sorpresa en sorpresa. Además está bien escrito, y te transporta a realidades como mínimo inusuales.

- El médico de Noah Gordon.

Alguien ya lo comentó. No sé exactamente por qué motivo me atrapó este libro, ni cómo conseguí acabarlo (teniendo en cuenta su grosor). Creo que fue porque es ameno, porque te descubre el mundo de hace unos siglos y porque te lleva de la mano por un montón de aventuras. Lo que menos me gustó, aparte de las descripciones muy explícitas de heridas y enfermedades diversas, fue el trabajo del traductor. Me ha pasado ya con varios libros, parece como si los corrigieran hasta la mitad, más o menos, y a partir de entonces los fallos empezaran a ser garrafales. Y lo digo con conocimiento de causa, porque en casa tenía dos ejemplares, uno traducido al catalán y otro al castellano, y ocurría lo mismo con ambos (aunque uno era más leíble que el otro).

- Esta historia de Alessandro Baricco.

Me encantó. He leído dos libros suyos anteriores, Oceano Mar y Seda, y ambos me han gustado pero me han dejado con la sensación de que falta algo, de que hay demasiado empeño en la forma y demasiado poco en el contenido. Sin embargo este me gustó de verdad, me pareció como si su prosa hubiera madurado mucho.

- Nana de Chuck Palaniuk.

Me gustó especialmente la manera como está escrito, directa, brutal, frases cortas, casi ningún adjetivo. Sé que otros libros suyos son muy violentos, explícitos y demás. Este debía ser de los más suaves. En todo caso me gustó mucho, aunque es de esos casos en los que voy postponiendo el alquilar otro de sus libros, porque me dejó un sabor de boca un tanto amargo, existencialmente hablando (sí, bueno, soy muy influenciable en ese aspecto).

- Happiness de Will Ferguson.

Este libro al principio me encantó, y hasta llegar casi a los últimos capítulos no podía dejar de leerlo en cuanto tenía un momento. Es como una enorme broma que contiene un montón de pequeñas bromas geniales en su interior. Una crítica a el estado del bienestar, a los libros de autoayuda sobre todo. Pero luego llegan lo últimos capítulos y la cosa se estropea, al menos eso creo yo. De todos modos creo que su lectura vale la pena por muchos motivos, uno de ellos las carcajadas que provoca de vez en cuando.

Y bueno, he leído más libros últimamente, pero de momento lo dejo aquí. Ah, sí, también recomiendo cualquier libro de relatos Quim Monzó. De cualquier tema cotidiano es capaz de sacar un relato de esos que llevas colgando en la memoria largo tiempo después.

Lecturas varias de Daniel

por Daniel

El mes pasado releí Solaris, de Stanislav Lem, una novela altamente recomendable que va más allá de la denominada ciencia ficción. Con las obras que me han gustado, como es el caso de esta, me sucede que me quedan en la memoria muchas imágenes y párrafos de la primera lectura. Lo mismo me pasó con Sobre héroes y tumbas, que releí en agosto. Sábato no tiene una prosa muy cuidada que digamos, pero el conjunto, el todo, es monumental. También empecé un libro de GM que me gané en una rifa: El amor y otros demonios. Con respecto a este libro puedo decir que es muy ameno y llevadero, pero leí la mitad de un tirón y luego lo dejé medio abandonado. No sé, nunca me atrajo demasiado GM y su mundo de realismo mágico. Ahora estoy leyendo Una cuestión personal, del japonés Kenzaburo Oé. Qué novelón, mamma mía. Es bastante dramático, les advierto, pero recomendable.
Me gustaría seguir explorando la literatura de Saer, y asomarme a la de Roberto Bolaño. Los dejaré para más adelante. Por lo pronto, estoy escribiendo ese cuento del Zorzal, que puede llegar a ser una novelita, y me gustaría releer libros que se relacionen de alguna manera con lo que escribo. Pienso volver a leer La espuma de los días, de Boris Vian, y Diario de la guerra del cerdo, de Bioy Casares. Las dos novelas tienen situaciones que me interesaría trabajar y trasladar a mi historieta.

Lecturas: El médico, de Noah Gordon

por Nox

Acabo de terminar de leer "El Médico" de Noah Gordon. La novela cuenta la historia de Rob J. Cole, un niño que vive en el Londres del siglo XI. Este joven se queda huérfano a la edad de 8 años, perdiendo a su madre durante el parto de su hermano y a su padre de una enfermedad poco después.
El niño, abandonado, encuentra refugio en un cirujano barbero ambulante que lo toma como aprendiz. Durante sus viajes a lo largo de Inglaterra, Rob descubre el don que posee: la capacidad para sentir la vitalidad de las personas tan solo con tocarlas.
Tras mucho tiempo viajando con Barber y aprendiendo el oficio de cirujano, el anciano muere y Rob se queda solo. Impresionado por el oficio de un jóven médico judío, decide viajar hasta donde sea necesario para aprender la profesión de la medicina. Rob viajará a Persia a visitar la madraza, el famoso hospital de Ispahán. Allí vivirá mucho tiempo estudiando y aprendiendo de Ibn Sina, el príncipe de los médicos. Tras luchas, amoríos y mucha medicina, volverá a Escocia donde se instalará como médico rural.

El libro es ameno, quizás esa sea su máxima virtud, que es muy fácil de leer. Una historia interesante y un poco exótica. La narración es fluida y las descripciones adecuadas, sin ser empalagosas. Muestra desde un punto de vista novelesco la cultura occidental y oriental del siglo XI, mostrando también la medicina en sus primeras etapas donde se mezcla con la superstición o la brujería.

El final es lo que peor me cuadra. Ese gran hombre (Rob J. Cole) que siempre está marcado por su precocidad y capacidad de aprendizaje, que recorre el mundo para aprender su pasión. Al final se ve exhiliado como un paria y abandona la misión de su vida (crear una madraza londinense) para acabar como médico rural en los terrenos de su esposa.

Una novela entretenida y que continúa con "El chamán", que leeré próximamente

Lecturas: El enigma del cuatro, por Norberto

por Norberto

Acabo de leer la novela el enigma del cuatro.

No sé si a alguno le habrá pasado, pero a mí medio que me desespera salir a comprar un libro y no encontrarlo, insistir, buscarlo hasta por las ferias de usados y tampoco.

Con este libro me pasó algo así, igual sigo agradecido Leti, vos no tenés la culpa.

Hará unos cinco años leí algún comentario, probablemente en Página 12, y me quedó el nombre. Me quedó porque fui a comprarlo y no estaba, una vez en una feria estuve más de una hora esperando a un puestero, que cuando llega me dice que lo había vendido el día anterior. Enseguida me acuerdo del cuento aquel de Bradbury, el del tipo que recorría el universo buscando a unos seres que tenían forma de globo, y siempre llegaba tarde.

Bueno, todo ese entusiasmo reforzado por imposibilidades, se me vino abajo antes de haber leído las primeras cien páginas.

Es un libro que está bien escrito, el lenguaje es claro. Pero tiene un defecto, es muy descriptivo del entorno, para mí se extiende demasiado y descuida el tema central, el enigma y la trama. Que siempre es el gancho en estas historias.
Hay cuatro personajes pobremente delineados, recién hacia el final se destacan dos, uno es el relator. No me quedó claro porque lo relata este personaje, los episodios los vivieron casi todos juntos, lo podría haber relatado cualquiera, o ninguno de ellos. Pero bueno, tal vez eso se deba a la chatura de la historia, poco creativa la forma de narrar, hasta aburre por momentos.
Y lo peor, el armado del enigma. El esbozo del enigma. Pobretón, poco creíble, inconsistente. Uno no espera que se la cuenten al detalle, pero al menos que nos lo adornen de alguna forma y nos engañen y nos la creamos, que tengan un mínimo de sutileza, de inventiva. Es tan endeble en la novela, que no se sostiene, queda demasiado confuso, no parece claro, no adquiere la consistencia que lo haría distinto, al menos más interesante. Este libro da la sensación de haber sido escrito a fines del siglo XIX.

El argumento es sencillo, un adolescente en el secundario está haciendo una tesis sobre un libro muy antiguo, incomprensible, que parece estar escrito en clave y hasta el momento nadie pudo descubrirla. El relator resulta ser el hijo de alguien que estudió este libro durante toda su vida, e histeriquea durante toda la novela entre ayudar al amigo para terminar la investigación del padre, o dedicarle su tiempo a la novia que así se lo reclama. En el medio está la vida cotidiana de los estudiantes. La historia del libro. Algún crimen extraño que parece relacionado, la policía casi fantasma. Los posibles significantes. Y mucho, mucho, mucho relleno.

Y al final, regreso como estafado a aquel comentario en la sección cultural, ¿qué habrá interpretado aquel periodista venido en crítico literario para escribir lo que escribió?, ¿o será alguno de esos que cobran del diario y de la editorial y su artículo conmigo resultó exitoso?

Evidentemente, lejos, muy lejos de algunos títulos que hacen historia en este estilo.