sábado, 12 de abril de 2008

Garabombo el invisible, de Manuel Scorza, por Carlos

por Carlos

Miren, para no cansarles mucho:

Todos los serranos miran en tensión cómo Garabombo, el invisible, entra en el Puesto de Mando de la Guardia de Asalto para, espiar sus planes de represión. Los serranos de Chinche (los chinchinos) pueden verlo, pero los forasteros no:


«Entonces todos comprobaron que Garabombo era verdaderamente invisible. Antiguo, majestuoso, interminable, Garabombo avanzó hacia la guardia de Asalto que bloqueaba la Plaza de Armas de Yanahuanca. Sólo perros nerviosos habitaban la friolenta soledad» […] «atravesó la calle. ¿Lo veían o no lo veían? El mismo Melecio Cuellar, su cuñado, se hundió las uñas en las palmas sudorosas?» […] «Se congelaron mientras reptaba el tiempo que Garabombo empleó en emerger, de nuevo, en la puerta. Por fin salió del Puesto. En la orilla de la plaza se detuvo, miró a los chinchinos y soberbiamente se sopesó los testículos. Era valentísimo pero jactancioso».


Algunas perlitas. ¿A quién dirían ustedes que recuerda esta prosa? ¿A García Lorca tal vez?
«En la hipocresía de la madrugada, disimulados, distinguieron los capotes y los cascos fantasmales»
«En silencio ganaron la pálida enormidad de la pampa de Chinche»
«La luna fulguraba sobre los perros tirados» […] «La luna lamía las cruces»
«Un domingo surcado de cicatrices atravesó la pampa: comenzaba un diciembre que, antes de implantar su rigurosísima tiranía, toleró un lunes de claridad embriagadora».
«Entonces estalló el relámpago de hocicos»

Hay una escena bellísima. Los serranos han invadido las haciendas y se han instalado allí a vivir. De pronto llega a caballo una comisión a parlamentar: los guardias y un representante del Gobierno. Se acercan al grupo más significado de chinchinos y piden que se individualice su jefe o portavoz; quieren un interlocutor para apremiarle al desalojo, para evitar un baño de sangre etcétera. El grupo de serranos está en realidad dirigido por Garabombo, que ha llegado a ser un mito entre ellos; en él confían, en su valor, en su capacidad de persuasión, en su naturaleza de dirigente. Garabombo está presente en ese momento, en primera fila, delante de la autoridad, pero los enviados por el Gobierno parecen no verlo; al fin y al cabo es invisible. Sin embargo Garabombo presiente que esta vez no tienen más remedio que verle, porque después de todo el interés es pragmático por naturaleza. Scorza nos narra la tensión del momento, la tribulación de los serranos.


«—¿Me oyen? Quiero hablar con los que tengan mandato. ¿Quién manda? —gritó el subprefecto.
¡No reparaba en el bulto parado a tres metros de su bayo!
—¿Quiénes son los responsables? —insistió la autoridad.
¡No lo veían! El terror embalsamó a la multitud. ¡No lo veían!
Sudando, Cayetano intentó avanzar. Garabombo lo detuvo con un gesto. Avanzó un paso.
—¡No lo ven!
—¡Es imposible que no lo vean!
—¡No estás viendo que no lo ven!
El escalofrío siguió su viaje por la muchedumbre.
—Yo represento, señor —murmuró, tranquilo, Garabombo.
El Subprefecto Valerio parpadeó y sólo después de un instante que duró meses, lo reconoció.
—¿Cómo estás, Garabombo? ¿Túmandas?
—Aquí nadie manda, pero yo represento. ¡Hable conmigo!»



Magnífica la tensión que acumula con las admiraciones. La masa está aterrada de pensar que su portavoz no puede ser visto ni escuchado. Finalmente la frase magistral: «El Subprefecto Valerio parpadeó y sólo después de un instante que duró meses, lo reconoció». Una frase larguísima que no permite una coma hasta un segundo antes de poner el as sobre la mesa: «lo reconoció».

Y qué voy a contarles, la novela merece la pena, aunque la realidad es algo inaprehensible. Esa masacre deslumbrante, en la que cada serrano que matan los guardias es una mosca que escapa de su cuerpo diciendo ¡Sío!, como decían los quéchuas que ocurre al morir un hombre (Dioses y hombres de Huarochiri). Ese jinete derribado por un tiro, que se «chorrea del caballo»

La Hora azul, de Alonso Cueto

por Carlos

      Cueto nació en Lima en 1954. Ha escrito algunas colecciones de cuentos y ha tenido un considerable éxito de crítica con la novela Grandes Miradas (2005), publicada por Anagrama. En Noviembre de 2005 obtuvo, con La hora azul, el premio Herralde.

      Cueto nos cuenta en esta novela la historia de un abogado limeño de éxito cuyo padre, comandante de la marina peruana, tomó parte en la represión de los senderistas en Huamanga. Sus hombres secuestraron una serrana muy joven para él que, después de pasar un tiempo indeterminado con el comandante, consiguió huir del cuartel. Con ocasión de la muerte de su madre, el abogado recuerda que su padre, al morir años antes, le había pedido que buscase a esa chica, que había huído (según se sabe luego) embarazada de él.

      El abogado se obsesiona con la búsqueda de esa mujer a quien encuentra en una peluquería limeña. Se llama Miriam. Acaba sintiendo una enfermiza dependencia de ella, que pone en cuestión la vida burguesa que el abogado lleva. Finalmente Miriam muere (o se suicida) y deja huérfano al hijo (probablemente el hermano del abogado). Él trata de ayudarlo con dinero durante su juventud, pero sin atreverse a llevarlo a su casa.

      El estilo que utiliza Cueto es bastante simple. Se basa en gran parte en los diálogos, que tienen un trazo de oralidad cotidiana. No hay en esa novela una prosa característica de un autor inolvidable. Por otra parte, la novela está llena de detalles que no llevan a ninguna parte, incluido el viaje a Ayacucho del abogado, o el personaje Guiomar, una misteriosa chica que aparece y desaparece sin influir en la trama. Es como si Cueto hubiera tratado de escribir más hojas, o pagar con alusiones.

      La novela en general se deja leer, pero no es una obra inolvidable. Una chica misteriosa (aquí hay dos) siempre resulta atrayente. Pero no hay gran cosa aparte de eso para mantener la intriga