lunes, 26 de marzo de 2012

Acerca de Jorge Consiglio


Deletreando su gramática

por Daniel

Los que integramos la revista Axolotl habíamos invitado a Gabriel Bellomo a una mesa de lecturas. “Picadas literarias”. El lugar: Casa Jaché, un bar de la calle Aranguren, en Buenos Aires. Nuestro invitado iría acompañado por otro autor, Jorge Consiglio, de quien yo no había leído un solo texto.
Esa noche, Consiglio leyó dos cuentos breves (Algo pendiente; Mi amigo el árabe). Cuentos de final violento. Leyó con una entonación sugerente y la confianza que anhelan muchos escritores a la hora de presentarse en público. Por esa fecha me habían publicado mi primer (y único) libro de cuentos. Le entregué uno a Consiglio. No recuerdo haber intercambiado con él más de dos palabras. Para no quedarse atrás, él me regaló un ejemplar de El otro lado. El libro está dividido en dos partes. La primera contiene cuentos breves. La segunda, cuentos de largo aliento, más próximos a la novela. Es aquí, en la segunda parte, donde puede apreciarse la pluma del autor con todos sus matices. 
Pasaron algunos meses. Una tarde, en una librería que está frente a la estación de Morón, donde envuelven los libros nuevos con celofán transparente para que no los empañe el polvo de la calle, vi una colección de volúmenes publicados por Edhasa. Separé Luna caliente, de Mempo Giardinelli, porque me la habían recomendado, y me topé con Pequeñas intenciones, de Jorge Consiglio. El libro de cuentos me había dejado un buen sabor, pero no más. Por eso dudé. Al final, compré las dos novelas que había separado. A partir de Pequeñas intenciones confirmé las “afinidades” entre el autor y este humilde lector que también escribe, las cuales ya me habían resultado llamativas después de leer El otro lado. Me refiero a temas que me interesan, o se me imponen, y que son frecuentes en la narrativa de Consiglio. Y también a ciertos atributos de los personajes: seres con algún tipo de descalabro físico; desamparados; personajes que se preguntan qué hacen los otros en la intimidad, cuando nadie los ve. Además, están las atmósferas de hospital. (Mi madre, que trabajó de enfermera durante treinta y pico de años, me contaba a la hora de la cena algunos casos que me resultaban, entonces, insoportables. Hoy en día, algunos de esos dramas contaminan mi escritura). Claro que no todo en Consiglio se reduce a estas particularidades.
Pequeñas intenciones no es una gran historia, pero logró atraparme. Me sedujo el manejo del lenguaje, es decir la forma, no tanto el argumento. La ironía, la burla, el desdén. Y los diálogos, que a veces tratan sobre el dolor o la soledad, no están exentos de humor.
Muchas veces surgen momentos de tensión en la obra de Consiglio, situaciones de violencia que tienen su lado grotesco, manotazos entre personajes, puteadas oportunas, y si bien estas escenas podrían remitirnos, por ejemplo, a Roberto Arlt, su prosa no adolece de énfasis.
El tipo viene de la poesía, y se nota. Se nota en el buen sentido. No es ampuloso. Es dueño de una escritura precisa, un tanto morosa, sin suciedad. En todo  caso, si existe suciedad, no la encontraremos en el texto, sino en los personajes, ya sea en las ropas, el alma, la manera de comportarse. Hay un contraste entre la aparente mansedumbre de estos seres del desamparo, y cierto brote escandaloso, cierta reacción que se da en ellos cuando se ven provocados o bajo amenaza. Son humanos.
La novela Gramática de la sombra es, a mi entender, su obra más importante. Lezcano, el protagonista, es un médico cirujano que ha perdido a su mujer. Al reincorporarse al trabajo, comete algunas torpezas. Lo obligan a tomarse una licencia. Tiene un terrario en su departamento, lleno de hormigas a las cuales observa de tanto en tanto. También observa, a través de una ventana de la cocina, a su vecina del tercero C. Un día, advierte que la vecina se olvidó las llaves en la cerradura, del lado de afuera. (Una situación insólita pero convincente). Esto le permite a Lezcano entrar en el departamento de Julia cuando ella no está. Su amigo Abadi le propone hacer un viaje. Lezcano no se decide, hasta que resuelve huir con un dinero que no le pertenece, dejando atrás un crimen en el que no tuvo participación pero en el que se ve involucrado de alguna manera.
Las frases tienen frescura y algún rastro de poesía, sin perder lo coloquial, sin perder el barro que los personajes llevan pegado a la suela de los zapatos. Hay imágenes que para un lector que no escribe, y que por ende no espía ni desmenuza el lenguaje de sus colegas, quizás pasen desapercibidas. (“Sentado a la orilla de semejante noche, trató de inventarse la paciencia”; “Un aroma a tierra lo invita a paladear el aire”; “Entró en el sueño como si se tratara de agua tibia: se hundió sin resistencia”; “Entre las habilidades de Julia, en ese instante, estaba la de predecir, la de dar nombre a todo aquello que sucedería después. Sin embargo, prefirió ser insensible al porvenir, no deletrear su gramática”).
Si no fuese por estos matices, por estas sutilezas que acabo de referir, su lenguaje, intuyo, sería más bien seco, lo que no es censurable, desde luego. (También me atrae la prosa seca a la manera de Coetzee, o de Gabriel Bellomo, por nombrar a un argentino). Lo que quiero decir es que hay una música en sus palabras, una cadencia muy evidente que invita a la relectura. No se da siempre, no se da en todos los autores que admiramos. Jorge Consiglio escribe como a mí me gustaría escribir.

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